La Visita: Álvaro Pons.

¿Acaso necesita presentación nuestro visitante de hoy dentro del mundo del comic?
Sinceramente creo que no.
Pero bueno, dejarme a mi, que me hace ilusión pensar que aún puedo descubrir a alguien el fantástico trabajo que hace Álvaro Pons en su imprescindible Cárcel de Papel.



La Cárcel se ha convertido, en los 7 años que lleva abierta a los muchos presidiarios que pasamos por allí a diario, en un referente en el mundo de los tebeos y Álvaro, por tanto, en uno de los más influyentes divulgadores de la historieta.
Por si esto fuera poco el carcelero se me ha mostrado como una persona afable y participativa en las veces que me he puesto en contacto con él, cosa de agradecer.

Podría hablar de sus artículos en este, o este otro periódico, de sus prólogos para este, o este otro comic, de los premios recibidos por su trabajo de divulgación de la historieta en el Salón del Comic de Barcelona o en el Expocomic de Madrid…
Pero para ello, mejor os invito a poner su nombre en el Google y, de los 357.000 resultados (458.000 si ponemos La Cárcel de Papel) que aparecen, seleccionar por ejemplo la Wikipedia o la excelente entrevista que le hicieron los compañeros de Entrecomics.

Con Álvaro hablamos de Philemon de Fred.


Portada del primer álbum de Philemon.

Servidor era muy pequeño entonces. Era esa época de televisiones en blanco y negro, chicas yé-yé y folclóricas en la tele y una oferta inacabable de tebeos de Bruguera en el kiosco. Comandados en preferencias de la chiquillería, por supuesto, por Mortadelo, nuestro héroe y razón de visita semanal al tenderete. El caso es que, por esas épocas, recibí un regalo maravilloso: una suscripción a Cavall Fort. Una revista infantil catalana que llenaba sus páginas de cuentos, entretenimientos y, por supuesto historietas. Pero diferentes. Ahí estaban Picanyol, Pilarín Bayés, Madorell, Xots i Mautro y una serie de autores francobelgas poco conocidos para mí. Para uno, que casi no había vivido la época de Bravo y demás, apenas conocía del tebeo francobelga más que a los Astérix y Tintines (¡madre mía, que manía le tenía!) de turno, descubrir a los Peyo, Franquin, Fred y demás fue casi un shock. Me maravillé con las aventuras de Benet Tallaferro (no podré llamar nunca de otra manera a Benoit Brisefer, igual que me sigue pareciendo ajeno Bruce Wayne frente a Bruno Díaz), Sergi Grapes (ídem al anterior paréntesis) y, sobre todo Filalici. Prácticamente a la vez que mi suscripción, comenzó a aparecer serializada El náufrago de la A, primera de las aventuras de Philemon del genial Fred. Yo, que por entonces ni sabía que existía algo llamado Coconino County, me quedé prendado de una imaginación que superaba todo lo que había conocido antes. Sus páginas me proponían retos desconocidos y me hipnotizaban. ¡Las letras de Atlántico eran mundos! Los mapas ya nunca fueron lo mismo y la geografía tomó un sentido diferente…

Muchos años después, conseguí reunir todos los álbumes editados en francés y, hoy, su enésima lectura me sigue excitando como la primera vez. Me maravillo con las genialidades de Fred, con la explosión de posibilidades infinitas que le da a la página, con su socarrón mensaje crítico a la sociedad… Y para qué negarlo, sigo mirando con prevención a las lámparas de pie. Las plantas eléctricas toman formas indefinidas y uno nunca sabe por dónde van a salir…

Philemon. Las perversas plantas eléctricas.


Philemon. Navegando por las letras.


Simbabadd. Fred utilizaba la composición como ningún autor francés antes, influenciado por los grandes de la tira de prensa americana. Un ejemplo de Simbabbad de Batbad.


Simabbad. De cómo las viñetas dejan de ser un espacio más…


Simbabbad. Y la página perder su sentido…